Han pasado más de 48 horas de los resultados y, a juzgar por infinitos comentarios en radios locales y decenas de expresiones en las redes sociales, el paiteño no termina de salir de su asombro. Le es difícil asimilar el resultado de este último domingo. Se ha dedicado a insultar al ganador con frases de racismo y/o discriminación, como si un Peruano nacido en pueblo nuevo de Colán fuera menos paiteño que otra persona nacida en otro punto de la misma provincia. Es curioso que después de estos resultados no encuentre, por ningún lado, una crítica de porqué los paiteños hemos terminado eligiendo a un hombre de distrito; o más bien de anexo de distrito para que nos gobierne. Es simple: porque no le damos valor a nuestra identidad, nunca nos hemos querido más allá de gritar a los cuatro vientos que Grau es Paiteño, sin siquiera saber el nombre de su padre (si fue Peruano o Colombiano) y de su madre (si fue o no su verdadera madre) “Grau es paiteño y punto, a la mierda, con eso le gano al mundo”. Esto va más allá, señores. Hagan un mea culpa y pregúntense por qué los que nos han gobernado estos últimos años son Sullaneros, Trujillanos, o de cualquier parte del paìs menos de la bahía. ¿Se los respondo? ¿Hace falta decirles que en este puerto reina la desunión? Siéntanse, analícense, y aprendan, sobretodo eso: “aprendamos” de ese mensaje de hermandad que nos han dado los pueblonovinos y que ha llevado a uno de sus hijos al sillón principal de este prestigioso puerto; un triunfo que pretenden mantener para siempre. Ya se dieron cuenta que somos débiles; que nos llega altamente lo que pase en nuestras narices; pero cuando vemos todo consumado, es entonces cuando sacamos nuestra bravura que nos hace brotar lo más atroz que tenemos los seres humanos para responder a su triunfo: la mezquindad. Hay que aceptar que somos menos unidos y bastante egoístas. Lo que no son ellos, la gente del campo.
martes, 7 de octubre de 2014
Resultados inconformes
Han pasado más de 48 horas de los resultados y, a juzgar por infinitos comentarios en radios locales y decenas de expresiones en las redes sociales, el paiteño no termina de salir de su asombro. Le es difícil asimilar el resultado de este último domingo. Se ha dedicado a insultar al ganador con frases de racismo y/o discriminación, como si un Peruano nacido en pueblo nuevo de Colán fuera menos paiteño que otra persona nacida en otro punto de la misma provincia. Es curioso que después de estos resultados no encuentre, por ningún lado, una crítica de porqué los paiteños hemos terminado eligiendo a un hombre de distrito; o más bien de anexo de distrito para que nos gobierne. Es simple: porque no le damos valor a nuestra identidad, nunca nos hemos querido más allá de gritar a los cuatro vientos que Grau es Paiteño, sin siquiera saber el nombre de su padre (si fue Peruano o Colombiano) y de su madre (si fue o no su verdadera madre) “Grau es paiteño y punto, a la mierda, con eso le gano al mundo”. Esto va más allá, señores. Hagan un mea culpa y pregúntense por qué los que nos han gobernado estos últimos años son Sullaneros, Trujillanos, o de cualquier parte del paìs menos de la bahía. ¿Se los respondo? ¿Hace falta decirles que en este puerto reina la desunión? Siéntanse, analícense, y aprendan, sobretodo eso: “aprendamos” de ese mensaje de hermandad que nos han dado los pueblonovinos y que ha llevado a uno de sus hijos al sillón principal de este prestigioso puerto; un triunfo que pretenden mantener para siempre. Ya se dieron cuenta que somos débiles; que nos llega altamente lo que pase en nuestras narices; pero cuando vemos todo consumado, es entonces cuando sacamos nuestra bravura que nos hace brotar lo más atroz que tenemos los seres humanos para responder a su triunfo: la mezquindad. Hay que aceptar que somos menos unidos y bastante egoístas. Lo que no son ellos, la gente del campo.
miércoles, 20 de agosto de 2014
Un regalo original
Martín, mi sobrino político, me pregunta qué sería bueno para regalarle a su novia. Yo le digo que un ramo de rosas, y que las arranque del jardín del vecino para que le salga barato; en realidad no sé qué tipo o color de rosas son las que se les regale a las novias, yo nunca regalé una, pues, eso siempre me ha parecido medio chapado a la antigua, por eso le digo que le regale algo que le sirva, algo para su realidad. Yo pienso que las rosas son para los platudos que tienen tiempo y ganas para el romanticismo; sino imagínense alguien que no tenga para la presa del día, y el marido llegue con un enorme ramo de rosas a decirle que la ama con todo el alma. “Fuera cojudo, mejor una docena de huevos para engañar a las ollas”.
¿Qué le regalabas a mi tía?, me dice. Casi nada, Martín, le digo, pero recuerdo que una vez le regalé un mero de más de quince kilos. ¿Un mero? No seas malo, tío, me dice. En serio, le digo, era enorme y negro: el mejor de los murique, y ella se lo llevó a su casa con la felicidad reflejada en su sonrisa, como si le hubiera dado la mas cara de las joyas. ¿Y de dónde saco un mero?, me pregunta. No seas huevón, le digo, eso era en mis tiempos, además, ese mero era para mi madre, que mi padre, que era el capitán, se lo había mandado para que fuera preparando una escabechada familiar, pero como yo necesitaba demostrar amor e ir calentando sus carnes se lo robé y se lo di a tu tía como muestra que la cosa iba en serio y que se preparara que después volvía por el vuelto; ahora es diferente, te costaría un ojo de la cara y hablando literalmente, mejor chapa tus rosas y hazte el romántico. Martín se queda pensando y mirando el jardín del vecino. Yo pienso: cómo sería en estos tiempos de escasez regalar algo que salga del mar. Ya me imagino si fuera marinero de pesca de esta época: con mi pota en el hombro entregándosela a mi novia, y ella caminando hacia su casa mismo estibador; con su “rosa marina” al hombro, embarrándose el culo con la tinta azulina, pero feliz de haber recibido un regalo de su amado, de su realidad.
martes, 17 de junio de 2014
¿VICIO?
El
mundo está lleno de vicios, me dijo un amigo mientras miraba a una persona
caminando frente a nosotros con la notoria imagen de ser consumidor de
estupefacientes. Él se refería a los malos vicios, pero yo le dije que también
existen los buenos: El amor a tu pareja, el ímpetu a tu trabajo. Y él me dijo
que eso no existía, que sinónimos de vicio son las drogas y todo tipo de
perdiciones (cosa que no estoy de acuerdo) Para mí hay otros tipos de vicio,
por ejemplo yo soy adicto a jugar básquet y a mi mujer, y hace poco a escribir
cojudeces, pero el peor vicio que tengo es andar jodiendo a la gente. A veces
por joder hago que se amarguen, pero casi siempre necesito arrancarles una
sonrisa, y cuando no puedo con una persona enseguida busco a otra. Alguien tiene
que reírse porque de lo contrario siento mucha angustia, me deprimo, caigo en
mal humor y mi cara se alarga (¿Más?) y entonces ya no tengo ganas de bañarme,
y si no me baño me da insomnio y empiezo a joder a mi esposa, y joderla en la
madrugada es como ganarse una discusión con la tía Chuchi o con la tía Lucía; o
sea, interminables. Pero como soy adicto, necesito joderla, sacarla de sus
casillas hasta que entienda que mi adicción solo se cura con su aceptación.
También hay otro tipo de adicciones: Las de querer entornillarse “en el poder”.
Eso sí que no lo entiendo, más que vicio lo coloco en la lista de síntomas de
locura, porque hay que estar loco para postular toda tu vida al sillón
municipal, y más cuando después de haberlo logrado intentan reelegirse cuando
en su conciencia creen que han puesto lo mejor de ellos. Cuando algunas
personas entiendan que los buenos alcaldes se convierten en "inmortales" porque sus obras y las
buenas acciones que hicieron en su comunidad quedan como causa de entusiasmo de las nuevas generaciones, entonces entenderán que la inmediata reelección no
es buena opción para su imagen. Un buen gobierno municipal es suficiente para
demostrar capacidad, liderazgo y mantenerse como figura requerida. Pero no, se
dejan caer en el vicio del poder (El peor de todos), sin darse cuenta que
pierden respeto y popularidad. Hay que ser estúpido para perder esa popularidad
ascendente que te puede servir para una nueva postulación después de un
descanso. Les cuesta darse cuenta de eso, se embrutecen. Quedan como singulares idiotas pasando, de dignos
gobernantes a asustadizos candidatos, permitiendo que sus contrincantes se
aprovechen de sus errores para magnificarlos en su contra.
Los
profesionales nos dicen que los vicios atrapan a las personas, les impiden ser
libres y les generan problemas con su entorno, o sea, “gente enferma” Yo
siempre me pregunto hasta dónde es capaz el hombre para mantenerse en el poder.
Qué es lo que produce que un simple mortal se sienta salvador de su pueblo. Qué se
siente postular a un cargo dónde más de la mitad de tus vecinos terminan
odiándote después de haber hecho todo lo que tuviste a tu alcance para que les
fuera mejor (Si es que lo hiciste) Y por último por qué nosotros los electores
tenemos que elegir a personas que están enfermas de vicio de poder. Qué vicio
el de nosotros.
viernes, 13 de junio de 2014
Un campeonato mundial
de futbol más en mi vida. No sé si alguien sienta algo por la llegada del
mundial que no sea otra cosa que estar dentro de esa corriente comercial a
donde nos llevan las televisoras. En mi caso es una mezcla de entusiasmo y
nostalgia. Entusiasmo porque he vivido casi toda mi vida inmerso en el deporte,
y de alguna manera cada vez que absorbo esas sensaciones que sólo me pueden dar
las competencias regreso a esos tiempos de dicha y también de frustraciones que
he vivido mientras crecía como deportista. Y nostalgia porque de alguna manera
se recuerdan años que no volverán y que quisiéramos sacar como sea de nuestras
memoria, como el mundial del 78, pero no los partidos, sino los gritos que se
daban en mi casa mirando en blanco y negro a nuestra selección, pues yo tenía 7
años y más que alguna jugada de Kempes o de Cubillas, se me vienen a la mente
imágenes de cómo se movía la antena para que no fallara la recepción en el
enorme televisor a tubos. En esa época (dichosos nuestros padres) se podía
gritar con alma corazón y vida, sintiendo los latidos de sus corazones con
sabor a comida criolla y colores que no fueran otros que el rojo y blanco de
nuestra bandera. Hoy muchos somos Alemanes y otros Argentinos. También hay los Españoles,
y no es porque quieran homenajear a nuestros conquistadores sino que la moda es
ser del Barcelona o del Madrid. No faltan los Italianos, por herencia y otros
por alucinados. Pero casi nadie quiere ser Chileno ni ecuatoriano, al parecer ni
los mundiales nos hacen olvidar las desastrosas guerras. Yo he decidido
convertirme en Brasileño, y no es que sepa bailar la samba ni que quiera
levantarme una garotiña. Bueno, si lo segundo fuera posible me la levantaría,
pero como este texto no tiene nada de pornográfico mejor lo dejo así. Pero el
que recuerdo con mayor emoción es el de España 82, ya tenía 11 años, pero
tampoco me sentaba a ver los partidos sino a esperar que volvieran a mandar a
comprar cervezas para agarrarme los vueltos; en la casa de mi abuelo, en la
punta, cuando las jugadas de Cubillas ya se podían ver a colores. Las pocas
jugadas digo, porque el negro ya estaba viejo y sólo entraba en el segundo tiempo.
En ese año yo ya no quería ser como él porque ahora me alucinaba Uribe; y nunca
Oblitas, porque siempre le he visto cara de mariconcito, y además, era ciego, y eso era como tener competencia.
Hoy la cosa ha cambiado, y bastante, porque ya no podemos mirar las competencias
sintiendo que el alma se nos sale por la boca de la emoción, tampoco nos
reuniremos en familia a gritar las jugadas con nuestros hijos. Admítanlo, eso
no pasa cuando nuestro equipo no participa. Sólo nos queda adoptar una
selección, o que alguna de ellas nos adopte con sus jugadas. Ya lo dije, seré
Brasilero por un mes, cambiaré la marinera por la samba, y esperaré que Neymar
triunfe, pero eso sí, ya han pasado muchos años como para querer ser como él
miércoles, 11 de junio de 2014
Una historia cruel
Esta pequeña
historia es cruel. Fue cruel. Existió y yo soy testigo de eso. Si alguien
conoce a Jamberto se la cuenta: El ciego desenterrando el fiambre de Jamberto
que había escondido en la arena, al costado de un arbusto que decidió crecer en
la orilla de Colán. Todos los demás sacábamos el nuestro para degustarlo
alrededor de la fogata. Estábamos con hambre porque la caminata había sido de
más de cuatro horas, a paso ligero, como decía el jefe de tropa del 274. Pero
Jamberto seguía buscando el suyo: en cada esquina de cada carpa, en cada
mochila, en cada centímetro del campamento. Pero ni de suerte lo encontraría
porque el ciego le había cambiado el taper por el suyo que ya se lo había
comido en la caminata, y lo había enterrado lejos. Y se cansó, y se sentó, y
miraba al horizonte, hacia las figuras que forma el cielo cuando parece estar
cerca del mar. Cansado y hambriento. Y a pocos centímetros de él, el ciego
disfrutando de su comida: Una carne con plátanos fritos acompañados con
arrocito graneado. Yo sabía todo pero no me atrevía a denunciarlo porque el
ciego era alto y a mí me daba algo de miedo enfrentarlo, además, si lo
denunciaba pasaría por la oficina del cura, y eso era algo así como una corte
marcial para cualquier boy scouts malcriado. Pero de tanto mirarlo creo que
sintió algo de remordimiento. Y digo algo porque no le devolvió la comida sino
que dejó que probara con la cuchara. Jamberto le agradeció. Amigos como tú hay
pocos en el mundo, le dijo, y qué rico que cocina tu mami, ciego. Y fue
entonces que el ciego sintió algo dentro de su corazón porque por algunos
segundos quedó pensando en lo mal que se había comportado robándole el fiambre a
su compañero. Se sentía mal, no podía con ese peso de su conciencia, tenía que
hacer algo para no sentirse desgraciado, algo que le quitara ese sentimiento de
adolescente malvado y le devolviera la inocencia de ser un palomilla cualquiera.
Entonces actuó: Lo llamó y le ofreció otra cucharadita.
lunes, 9 de junio de 2014
Un baile. Una fotògrafa
Yo no soy de bailar mucho, menos de invitar a alguien a disfrutar de una pieza musical, tienen que invitarme casi obligándome, claro mi esposa porque no creo que haya otra loca que desee menear su cintura al lado de la mía, y menos en la primera pieza cuando todos quieren seguir bien planchaditos dentro de sus trajes bonitos.
Cuando bailo tengo que tener algunos tragos encima, digo algunos porque si tengo más que algunos me descontrolo y suelo alucinarme como Travolta en “Saturday Night Fever”, y eso, para los que no me han visto, no es baile sino un horrible espectáculo tratar de imitarlo. Pero tengo claro – Y esto lo digo con bastante satisfacción – que he sido bendecido para bailar más de quince veces la primera pieza (Si hacen su cuenta: las promociones de inicial, primaria, secundaria, matrimonios y quinceañeros)
En estos casos es casi imposible evadirlo, y tampoco quiero hacerlo. Son esos los momentos en que me acicalo todo el día para estar más o menos a la altura de las guapas de mi casa. Ellas me obligan a ponerme regio. Hasta donde se pueda, papi, me dicen. Vamos a ver qué se puede hacer, hijas, les digo, y les hago caso e intento ponerme lo más bonito que pueda para que no se les malogre la foto del recuerdo. Eso, por si no lo saben, en mi caso es más difícil que ganarse la tinka.
Y esa foto del recuerdo es tomada por un camarógrafo profesional, pero como esos pendejos cobran como si te dibujaran, sólo les decimos que hagan una toma, y es mi mujer la que saca todas las que pueda con nuestra cámara particular. Al comienzo la pobre mujer sufría mucho haciéndolo y yo feliz posando para ella, pero al rato ya me daba mucha pena que no sea ella la que se luciera en el baile; aunque les confieso: Esos son los momentos en que soy feliz siendo “chancletero” (Eso le pasa por no saber hacer hijos hombres) pero con el tiempo y la práctica ya no sufre mucho, ya le está agarrando cariño a su chamba, ya le está gustando ser mi fotógrafa personal. Se ha vuelto toda una experta en la fotografía mientras yo me voy especializando en bailar la primera pieza con mis hijas
viernes, 6 de junio de 2014
El paseo Tradicional
El sueño de ella
– Y creo que casi de todas las novias – Es salir de su casa en un auto hermoso
el día de la ceremonia. Yo le dije que podíamos tomar una moto para ahorrarnos
esos billetes, ya bastantes habíamos gastado para la fiesta, pero claro, era
sólo una idea estúpida de tantas que se me ocurren a diario, pues, salí ese
mismo día por la mañana a buscar un auto más o menos decente; algo que
pareciera singular y no repetitivo, un modelo que realzara la belleza de mi
novia. Yo quería un modelo antiguo, que no se viera viejo; similar al que usaba
Al capone en sus mejores tiempos. Había visto en Piura, cerca al mercado central,
un Cadillac Town
Sedan, igualito, y de color verde (como en las fotos de los gánster) que me
transportó a las viejas películas de los setenta cuando se metían harta bala
con la policía de Chicago; esas que veía con mis hermanos en mi televisor a tubos,
enorme, y con dos puertas que ocultaban su pantalla curva para cuando lo
apagábamos. Pero no era buena idea subirme al TUPPSA y viajar en busca de
antigüedades el mismo día de mi matri…, así que busqué por varios paraderos de
colectivos a ver si encontraba alguna rareza. Lo primero que vi fue el carro de
mi pata “Brocha”, pero ese carrito era más feíto que una lata de leche oxidada.
Seguí caminando y lo más excéntrico que hallé fue el Ford Mercury azul marino del tío Ibárburu
esperando pasajeros a Piura, y entonces pensé cambiar a Al Capone por Starsky,
el amigo íntimo de Hutch; pero sentía que no era lo mismo, le faltaba la línea
blanca, y tampoco era de color rojo; además, el tío Ibárburu me hubiera mandado
a la mierda con las treinta lucas que cargaba en mi bolsillo para el arreglo.
No me quedó otra que contratar un station wagon que formaba su cola para subir
con pasajeros al tablazo. Escogí el último de la fila, suelen ser los más baratos.
Pero primero, ni cojudo, le di una vuelta entera para ver si se veía bonito y
no hiciera pasar vergüenza a mi futura esposa. Arreglamos. Y, después de la
ceremonia, cuando salíamos de la iglesia con las bendiciones respectivas del
curita Jorge de Dios, (quien, en el momento de los votos se cagó de risa cuando
en lugar de “acepto”, escuchó que le dije a mi novia “sí juro”), debo confesar
que me impresionó el carrito. Estaba diferente, bastante embellecido, con
arreglos florales para que todos los sapos voltearan a mirar a los recién
casados. Yo me subí con mi “esposa de estreno” para darnos las vueltas
tradicionales por el malecón Jorge Chávez, que después se llamó malecón de la
marina, y que ahora le llaman Malecón Grau, pero que posiblemente en unos años
sea llamado como la mujer del alcalde de turno; y adelante, al costado del
chofer que tenía cara de querer cobrarnos la carrera, se sentaron los dos
churres que llevaron nuestros aros: Eran mis sobrinos mayores y desde esos
tiempos ya eran un par de hijos de su madre que jodieron todo el tiempo que
duró el paseo tradicional. Siempre me pregunto por qué los aros tienen que
llevarlos los churres si han costado tan caros “En el bolsillo estarían más
seguros”. La niña llorando para que la llevaran a ver a su madre, que la
extrañaba mucho, decía, y el churre jodiendo que quería meterse un cague con
urgencia, que ya mismo se le salía, decía. Pero no les hicimos caso, y minutos
después no les quedó otra que reírse de ellos mismos. Ella le jalaba la corbata
y él le ajaba el vestido. Mi mujer se reía de los churres laberintosos “Ojalá
mis hijos sean normales” parecía decirse; y el chofer los miraba con cara de
querer ahorcarlos; pero yo más que otra
cosa, deseaba estar en el carro de Al capone, y por unas décimas de segundos
hasta busqué una ametralladora para ahuecarlos por antipáticos.
Después de varias vueltas por las dos únicas calles
de Paita, y de esconderme para no decepcionar a un par de “tramposas” que no
sabían que me había casado, llegamos al local donde la familia y la “tubería”
sedienta esperaban el arribo de los novios. Bajamos. Los niños corrieron a
abrazar a sus madres, y el chofer aceleró como gánster que huye de la policía.
Yo le ofrecí mi brazo izquierdo a mi flamante esposa. Ella me apretó con fuerza
y me regaló una sonrisa esperanzadora. Ya muchos años después entendí que esa
fuerza con la que me sujetó, ese siete de Junio del noventaisiete, significaba
que no iba a ser fácil pensar en una posible separación.
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