domingo, 20 de diciembre de 2015

SOLO PIEDRAS


En cada casa, en cada esquina, en cada cuadra de mi puerto, en pleno malecón y hasta muy cerca de la plaza mayor, hay piedras enormes por doquier. Se ven fuertes y angulosas. Da la sensación que si tuvieran movimiento propio podrían desarmar cualquier barrera, pero se hayan estáticas e inconscientes, cansinas y pesimistas; esperando, a lo mejor, ser más fácil una marioneta; que las lleven por aquí y por allá; que les digan lo que tengan qué hacer. Algunas son piedras fuertes sólo en la sombra, cuando nadie las ve. Le acabo de poner un nombre a una de ellas. La he llamado Ricardo, por ejemplo, al igual: Reymundo, Justo, don Alejo, Germán, Teodoro, Fernando, Porfirio o Pedrito. No importa el nombre. Pero allí se mantienen todos los días aquellas piedras. Esperando no sé qué, para qué y por qué… Nacieron al natural, con elevada consistencia, pero a conveniencia se convierten en rocas arcillosas que se desmoronan; dignas de ser utilizadas para la alfarería, para el uso cotidiano o decorativo. No desean ser las piedras fuertes de una base sólida donde empiece una gran muralla contra la dejadez y la incuria; tal vez porque nadie las vería con el tiempo; o a lo mejor porque no tienen la fuerza requerida; quizás sólo sean débiles rocas y no fuertes piedras. O a lo mejor no tienen vida propia y en verdad sólo nacieron para ser piedras.

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