jueves, 8 de agosto de 2013

El parto









“La flaca” se acercaba llorando, movía sus tres cuartos de cola, sumisa, olfateaba mis zapatos.
-“Parece que ya quiere vomitar” – dijo el infame.
Cuando quiere comunicarte que “el ziete” no la deja comer, hace lo mismo, le di media bolsa de comida, probó solo un poquito como cuando se acepta por educación.
-“Al menos te hizo la atención” – dijo el infame.
Caminaba unos tantos metros y volteaba, seguía caminando y otra vez volteaba. La seguí, se metió entre dos rumas de ladrillos, se acostó, seguía lloriqueando, era un chillido finito como si alguien intentara tocar una flauta sin permiso del dueño. El espacio era demasiado reducido y con el infame decidimos ambientarle la sala de parto que ella misma había escogido, no sé porqué le gustó ese sitio, lejos de los camarotes, de las oficinas y de la entrada, aún cuando le invitamos a entrar al almacén y hasta en la cocina para que estuviera mas cómoda, pero resultó que es terca como el gerente, hizo lo que quiso y se salió con su gusto, ella quería entre los ladrillos y no había porqué discutirle a la bandida. Se paraba, se sentaba, luego se acostaba y el chillido que no cesaba. Había escogido ese lugar con anterioridad, tenía bolsas de plástico que ni me explico de dónde las había encontrado, pero estaban debajo de ella, extendidas como una sábana ajada. Le movimos la mitad de una ruma y el espacio quedó como para que pudiera girar en su propio eje con comodidad, luego colocamos un plástico azul como techo y, los ladrillos que habíamos retirado, los pusimos como pared para completar “la casita de la ladrillera” y el infame que la dejáramos, que de repente estaba ahuevada. Seguimos trabajando y con la concentración que requiere mi trabajo, me olvidé de la flaca. Una hora después el infame me hizo una seña, levantaba la mano derecha y estiraba los dedos, pero como yo soy mas ciego que murciélago al medio día en colán, decidí caminar hasta su punto y le entendí que había parido dos; uno era morocho, parecía que lo habían vestido con la ropa de la tigresa del oriente; y el otro, igualito al padre, como dejando constancia que el ziete ya mete su huevito. Estuvimos parados como veinte minutos y nada que llegaba el tercer heredero de la flaca y el infame que la dejáramos, que así era su esposa, que nunca lo quería cerca de los partos de sus hijos. Continuamos con la chamba hasta el final de la tarea y, en lugar de lavar la máquina de cien mil dólares y prepararla para la siguiente tarea, corrí a buscar a la flaca, ya tenía cuatro…, la felicité haciéndole un cariñito, pero ella estaba mas seria que mi mujer cuando ve que me río hasta por las huevas, dice que parezco cojudo pelando las muelas, no sé si será la menopausia o el menosprecio, pero igual nunca le hago caso, ya será para cuando se caigan las delanteras.
-Son todos machitos - dijo el infame.
- No es eso, oe – le digo – es el umbilical.
-¿El umbiliqué?
-El cordón umbilical, huevón, por donde se han alimentado en la panza de la flaca.
-Ah, bueno, se dirá así por acá – dijo el infame - porque por mi tierra le decimos igual que la de nosotros, pinga.
El tercero era también oscuro y, el cuarto heredero, tenía la piel blanca como la leche, solo los ojos y las orejas habían heredado los colores del padre. Luego llegó el gerente, le gustó “la casita de la ladrillera”, también los hijitos del ziete, que el blanco era como la abuela y que el morocho había salido como el abuelo paterno, parecía orgulloso de la iniciativa de su hombre de confianza, estaba feliz como un abuelito primerizo. Nos dieron las cinco de la tarde, el infame ya estaba con ganas de irse a las duchas, el gerente se retiró y que mañana llevaba leche para la primeriza y el infame que suerte carajo, dijo, mis cachorros toman leche pero filtrante y que su mujer después de sus partos tomaba chicha de jora fresquita, que el maíz las ponía como para levantar ladrillos. Nos levantamos, me despedí de la flaca, no sin antes sacar cuentas que había parido uno cada media hora.
-¿Hasta las ocho de la mañana, cuántos más puede parir? – dijo el infame.
- No le hice caso, esa pregunta me pareció demasiado estúpida, pero mientras caminaba a mi casillero, complete la operación matemática.