sábado, 19 de octubre de 2013




Cuando regresé a la notaría con las fotostáticas, los papeles habían pasado a otra mano y el precio había bajado a la mitad de lo acordado. Me quedé callado. No creo que haya cojudo alguno que reclame en contra de su beneficio. Y como yo soy bien pendejo, pagué y me retiré antes de que se diera cuenta, y además, porque la secretaria me dijo que regresara, que faltaban dos horas para que llegara el notario. Salí a caminar por las calles de Paita. Los comercios se abrían de uno en uno, y, de la iglesia San Francisco, emanaban cánticos de gloria. Me senté en la plaza de armas y por unos instantes pensé en comprar, con lo que me sobró de la notaría, un periódico para hacer juego con los desocupados y jubilados que llenaban las bancas. Cada vez que me siento en esas bancas, pienso en lo estúpido que fue ese alcalde huevón en cambiar la antigua plaza. Con ella se fueron interminables recuerdos de mi infancia, como si esa absurda demolición hubiera desconectado mis recuerdos de antaño. Después me levanté, caminé hacia el muelle fiscal, con ganas de saborear un cevichito con lo ahorrado en la notaría. Cuando pasaba a la altura de la oficina de mi prima, “la Dra corazón”(me encanta llamarla así). Estaba como no habida, y en su oficina, la cola era como la del pan de la mañana. Bueno, a veces los abogados también vagan.
-¿Mixto o de pescadito? – me dijo la gordita.
-De pescadito, pues gordita – le dije – El mixto es como el arroz a la cubana, para huevear al estómago
-¿Gaseosita?
-Ni que fuera loco – le dije – Dame una jarra de la pura, gordita, de la “mellisera”, como para matar el bicho que hace tiempo que no lo embarro. Estaba riquisisisisísimo, como siempre. Ese ceviche de los agachaditos es como un orgasmo al amanecer, ¿Y la chichita? Como el juguito de una buena concha. Marina, claro.
Cuando regresaba a la notaría a recoger los documentos, un viento milagroso me atrapó en el centro de la plaza de armas. Seguro que era eso, porque de lo contrario, no me explico cómo fue que en segundos estaba parado frente al altar de la iglesia san Francisco. Recién me doy cuenta que ha cambiado bastante el altar mayor. Parecía que estaba en una catedral. Y cuando pasó la señora que recogía las limosnas, le dejé, con algo de duda (lo confieso), el resto de lo que sobraba del vuelto de la notaría.
Segundos antes que el curita dijera “podéis ir en paz”, ya estaba bajando las escaleras de la entrada de la iglesia y cuando llegué a la notaría, la secretaria me dijo que se había equivocado y que le debía quince soles.
- ¡coño!.No quedaba otra. Se tendría que comer arroz a la cubana para huevear al estómago. No quedaba otra.

jueves, 8 de agosto de 2013

El parto









“La flaca” se acercaba llorando, movía sus tres cuartos de cola, sumisa, olfateaba mis zapatos.
-“Parece que ya quiere vomitar” – dijo el infame.
Cuando quiere comunicarte que “el ziete” no la deja comer, hace lo mismo, le di media bolsa de comida, probó solo un poquito como cuando se acepta por educación.
-“Al menos te hizo la atención” – dijo el infame.
Caminaba unos tantos metros y volteaba, seguía caminando y otra vez volteaba. La seguí, se metió entre dos rumas de ladrillos, se acostó, seguía lloriqueando, era un chillido finito como si alguien intentara tocar una flauta sin permiso del dueño. El espacio era demasiado reducido y con el infame decidimos ambientarle la sala de parto que ella misma había escogido, no sé porqué le gustó ese sitio, lejos de los camarotes, de las oficinas y de la entrada, aún cuando le invitamos a entrar al almacén y hasta en la cocina para que estuviera mas cómoda, pero resultó que es terca como el gerente, hizo lo que quiso y se salió con su gusto, ella quería entre los ladrillos y no había porqué discutirle a la bandida. Se paraba, se sentaba, luego se acostaba y el chillido que no cesaba. Había escogido ese lugar con anterioridad, tenía bolsas de plástico que ni me explico de dónde las había encontrado, pero estaban debajo de ella, extendidas como una sábana ajada. Le movimos la mitad de una ruma y el espacio quedó como para que pudiera girar en su propio eje con comodidad, luego colocamos un plástico azul como techo y, los ladrillos que habíamos retirado, los pusimos como pared para completar “la casita de la ladrillera” y el infame que la dejáramos, que de repente estaba ahuevada. Seguimos trabajando y con la concentración que requiere mi trabajo, me olvidé de la flaca. Una hora después el infame me hizo una seña, levantaba la mano derecha y estiraba los dedos, pero como yo soy mas ciego que murciélago al medio día en colán, decidí caminar hasta su punto y le entendí que había parido dos; uno era morocho, parecía que lo habían vestido con la ropa de la tigresa del oriente; y el otro, igualito al padre, como dejando constancia que el ziete ya mete su huevito. Estuvimos parados como veinte minutos y nada que llegaba el tercer heredero de la flaca y el infame que la dejáramos, que así era su esposa, que nunca lo quería cerca de los partos de sus hijos. Continuamos con la chamba hasta el final de la tarea y, en lugar de lavar la máquina de cien mil dólares y prepararla para la siguiente tarea, corrí a buscar a la flaca, ya tenía cuatro…, la felicité haciéndole un cariñito, pero ella estaba mas seria que mi mujer cuando ve que me río hasta por las huevas, dice que parezco cojudo pelando las muelas, no sé si será la menopausia o el menosprecio, pero igual nunca le hago caso, ya será para cuando se caigan las delanteras.
-Son todos machitos - dijo el infame.
- No es eso, oe – le digo – es el umbilical.
-¿El umbiliqué?
-El cordón umbilical, huevón, por donde se han alimentado en la panza de la flaca.
-Ah, bueno, se dirá así por acá – dijo el infame - porque por mi tierra le decimos igual que la de nosotros, pinga.
El tercero era también oscuro y, el cuarto heredero, tenía la piel blanca como la leche, solo los ojos y las orejas habían heredado los colores del padre. Luego llegó el gerente, le gustó “la casita de la ladrillera”, también los hijitos del ziete, que el blanco era como la abuela y que el morocho había salido como el abuelo paterno, parecía orgulloso de la iniciativa de su hombre de confianza, estaba feliz como un abuelito primerizo. Nos dieron las cinco de la tarde, el infame ya estaba con ganas de irse a las duchas, el gerente se retiró y que mañana llevaba leche para la primeriza y el infame que suerte carajo, dijo, mis cachorros toman leche pero filtrante y que su mujer después de sus partos tomaba chicha de jora fresquita, que el maíz las ponía como para levantar ladrillos. Nos levantamos, me despedí de la flaca, no sin antes sacar cuentas que había parido uno cada media hora.
-¿Hasta las ocho de la mañana, cuántos más puede parir? – dijo el infame.
- No le hice caso, esa pregunta me pareció demasiado estúpida, pero mientras caminaba a mi casillero, complete la operación matemática.

jueves, 14 de marzo de 2013

LA PAPELETA






He sacado el arte histriónico de mi abuela, la vieja, y hoy salió a relucir en todo su esplendor; pero primero quiero confesarles que tengo dos personas en mí; Richi, el cojudo; y Vladi, el no tanto. Así que tengan mucho cuidado con el segundo, sabe defenderse de las indirectas y mas,de las directas. Es un actor dramático en potencia, el que heredó la pendejada de la familia. A diferencia de Richi, el cegatón, el educado, el amigo que nunca falla, el chistosito.
-Sus documentos - habló el tombo con cara de padrastro. Richi bajó la cabeza, el estómago se le aflojó, parecía venírsele el fango, se acordó que su brevete lleva dos semanas vencido.
-¿Estás sordo, carajo? ¡Tus documentos! - volvió a decir el guardia. Estaba molesto, parecía que había encontrado a su mujer in fraganti.
-Qué pasa tío - habló Vladi.
-Deme sus documentos, no sea faltoso.
-¡San Jerónimo! ¡San jerónimo! - Decía Richi.
- Mira jugador, las cosas se arreglan conversando - dijo Vladi.
-¿Cómo?, no tengo nada que conversar contigo, dame tus documentos o te arresto - dijo el guardia, su cara se ponía colorada de la ira.
-No sea malito, señor, por favor, todavía no termino de comprar los útiles, no me ponga la multa por favor, hágalo por mis hijitas - decía Vladi disfrazado de Richi.
-¿cómo, que no sea malito? - preguntó el tombo excluyéndose la culpa de su fatal decisión, mientras llenaba una papeleta.
- Por Diosito que nunca mas dejo que se me venza el brevete - pensaba Richi.
-Ya maestro, no sea malito. Hoy por mí, mañana también - dijo Vladi.
-Ah!, eres pendejo? - dijo el guardia - te crees pendejo - volvió a decir.
-Vladi le cierra el ojo, le dice que ya regresa, que se va a dar una vuelta y lo encuentra en la siguiente esquina. El guardia asienta con sigilo. Richi, quedó avergonzado, como faltándole el aire, baja la cabeza de la verguenza..
-Ya te jodiste, tombo cojudo - pensó Vladi, arrancó, puso primera y avanzó.

domingo, 20 de enero de 2013

CARNAVALES



Regresaba con mis amigos de una caminata por el malecón de la marina. Faltaban tres minutos para llegar a nuestras casas. Nueve y un minuto de la noche, en nuestra época, era motivo suficiente para que me rompieran el alma por desobediente. A pocos metros del club liberal, el carro de la policía se detuvo. Bajaron tres efectivos, desenfundaron sus armas y sentí como si mi pene desaparecía entre mis piernas. Nos subieron a empujones en una camioneta que llamaban: “La burra”
Yo tenía algo más de diez años, pero estaba siendo apresado y estaba llorando, como María Magdalena. Me imaginaba en el frontón, ultrajado por "el loco Perochena o por el (a) La gringa".
Mi hermano lloraba más porque ya eran más de las nueve. No era que le asustaba la cárcel, sino que se imaginaba la sacada de mierda que nos iban a dar.
El guardia nos callaba, pero mis lágrimas no sabían frenar en seco.
Llegaron todos los papás de mis amigos haciendo un escándalo por haberse levantado a sus ingenuos churres. De mi madre no había rastro. Pero la preponderancia con que actuaron los viejos de mis patas no dio resultado. Los tombos eran bastante orgullosos y sádicos, y no soltaban a los insoportables hijos. Nos decían los malcriados. Sonaba a ofensa.
Después de dos horas llegó mi ángel: mi mamabuela, traía consigo dos bolsas de chifles y un sánguche de pavo de los que preparaba la tía Takamura en la plaza de armas de Paita. Y, cual madre Teresa de Calcuta, con ese verso de monja que tenía por ser la jefa de la legión de María, ablandó el corazón de los tombos. Mi abuela, cuando se lo propone, puede ser la mejor de las sicólogas, aunque a veces nos pone cara de carcelera.
Salimos corriendo para nuestra casa, mientras el comisario se empachaba con el pavo ornado. A la altura de la plaza de armas, el reloj de la iglesia San Francisco nos dijo que eran las once y cinco de la noche, entonces supimos que teníamos que ir preparando la carne para que recibiera las enseñanzas. Mi madre hizo su trabajo: nos sacó la mierda a golpes.
Al día siguiente, después del chisme en la panadería se enteró de todo. Nos despertó y nos abrazó. Nos libramos del castigo por andar jugando carnavales con quien no debíamos; pero por llegar después de las nueve de la noche, no.

martes, 8 de enero de 2013

ENTRE EL CIELO Y EL MAR



"Al igual que el capitán Ahab, que lucha contra la gran ballena blanca, el personaje principal de esta novela lucha contra sus demonios interiores; y el mar funciona como ese gran espacio vital que sirve de experiencia y aprendizaje de las formas de actuar del ser humano. Heredero del realismo decimonónico, Ricardo Espinoza Rumiche a través del narrador, nos muestra un espacio poco retratado en la literatura Peruana: el trabajo y la vida en el mar. Bastará decir, que su lectura ocasionará en sus futuros lectores, una forma propia  de interpretar la realidad que viven muchos de nuestros pescadores Peruanos...Atalaya Editores.


El dìa de la presentaciòn; en el salòn Grau del club liberal de Pàita



Jonathan Timanà ( editor ) ; Ricardo Espinoza (  autor ); Richard Chavez ( periodista ); Jorge Luis Raz (poeta )


Gracias a todos los asistentes a esta velada


La primera dedicatoria para el escritor Piurano, Gonzalo Higueras.



Las novelas para todo el mundo...





domingo, 30 de diciembre de 2012

La carta



Salté del camarote como volando, cayendo parado como bruce lee lo hacía en la enorme pantalla del cine fox. La paz de la madrugada permitía escuchar el ruido del silencio en la habitación de mamá. Una sola respiración, la de ella, sola, perdida en su cama de dos plazas y media, enorme, donde siempre me encantaba saltar. Mi padre, seguro, con mil bendiciones a sus espaldas, llegando a la zona de pesca, como todos los días. La puerta estaba abierta y gateando, llegué hasta los zapatos de cuero negro, empolvados y gastados en interminables parrandas domingueras. No podía esperar a que amaneciera, podía llegar papá Noel en cualquier momento y se iría sin recoger mi carta. Llegué hasta los zapatos y escogí el derecho; porque así decía mi hermana que debía ser, y al ponerla, supe que ya no había espacio, Tres cartas lo llenaban; Una era de mi hermana y las otras dos, de mi hermano menor. Su lista era tan grande que decidió repartirla en dos sobres. Coloqué la mía en el zapato izquierdo y "por sí las moscas" dejé la mitad a la vista para cuando llegara el gordo de la barba blanca, y se diera cuenta. Regresé a mi cama, me hice el dormido para verlo llegar, hasta que amaneció. Nunca lo vi aparecer cuando recogió las cartas.
Al día siguiente temprano, los zapatos estaban vacíos. Y cuando llegaron los regalos, el gordo cojudo se había equivocado. Me molesté por un momento, pero terminé divirtiéndome con los juguetes.
Hace dos años, encontré en mis inmensos zapatos de cuero talla cuarenta y seis y pico, una carta de mi hija, al leer la inmensa lista de regalos, comprendí porqué a veces se equivoca en la entrega.
Mis nenas ya crecieron y no creen en ese gordo huevón, vestido con tanta ropa en pleno calor norteño, pero "por si las moscas", ya están embalados los cuarenta y seis y pico.

La visita






Hoy, la esquina del movimiento apareció deslumbrante. Sus calles adyacentes, impecables. Los jardines mas frescos y verdes que nunca. Un escenario adornado para la ocasión, con banderitas de colores. Y doña Francisca, la dueña de la tienda, mostraba su rostro alegre. Su cabello dorado, lucía sazonado con el pestilente amoniaco de peluquería barata que hacía juego con su blusa de garbanzo.
¿Qué se está celebrando, señora?, le pregunto. Coqueta ella, meneando sus enormes caderas, me dice que hoy llega el alcalde a inaugurar las calles de nuestro asentamiento humano. Ella me sonríe, parece querer levantarme. Veo su diente de oro y recuerdo cuando mi mujer me dijo, en Catacaos, que le comprara una sortija de veintiocho..., Y sin dudar, le entregué veintiocho soles al vendedor, y éste se me cagó de risa en la cara.
Entonces entendí porqué ayer en la noche, como nunca, el carro recolector de basura pasó recogiendo... Y salí con dos bolsas que contenían residuos de la noche buena, y mi suegro, con dos más, de la fresquita, decía.
Aprovechen, saquen toda la basura, gritaba un señor colgado en el carro. Sáquenla toda, volvía a decir. Miro a mi suegro como preguntándole ¿Ya no hay nada? Y él, me mira como diciéndome: Faltas Tú, basura.
Hasta el agua potable está queriendo reventar las cañerías de tanta presión. No soporto la tentación, me meto a la ducha para recordar lo rico que se siente usarla. Adiós balde con jarrito por este día. Y hasta mi suegro está esperando su turno, parado en la puerta, con la toalla en el brazo. También quiere sentir el placer del agua recorriendo por sus alicaídos testículos.
Por Mí, señor alcalde, venga todos los días a mi barrio. Hable todas las huevadas que quiera, tome las horas que necesite. Inaugure bloqueta por bloqueta, si es necesario; pero venga... Su visita, hoy, nos ha cambiado la vida por un día.