Un fin de semana para reflexionar
Cuando mi profesora “La Puelles” nos dictaba el curso de
educación cívica, era como salir al recreo en esa hora de clase. “Un hueveo de
padre y señor mío” como diría mi amigo brocha, pero nosotros esperábamos sus
clases, que no era otra cosa que sentarse en su pupitre, qué pupitre ni nada,
en su mesa, igual a la de nosotros, “En la San fran…”toda pintarrajeada con
dibujos de pichulas grandes y peludas, y una que otra vagina “despitada” que,
hasta ese momento, solo la conocíamos por las porno que veíamos en la casa de
nuestro amigo “el serrano López”. Qué chato para pendenciero, llevarnos a su
casa por las tardes de los viernes para escuchar los gritos fingidos de las
actrices a todo pulmón. Y de cuando en cuando, la Puelles, se olvidaba y
separaba sus piernas como queriendo ventilar sus interiores. Era feíta la profe…,
pero cuando se está en veda hasta los batracios son dignos de una buena pesca,
y nosotros nos acercábamos, haciéndole la patería, preguntándole si podía ser
nuestra profesora de educación sexual, con miradas que desvisten y deseos
nocivos que hacen reflejar la verdadera personalidad. Ella se reía y nos
separaba estirando la mano, pero nosotros la rodeábamos en la mesa, señalándole
las pichulas enormes que estaban dibujadas para, según nosotros, excitarla.
¡Qué
barbaridad!¡Cochinos!¡Pónganse a estudiar en lugar de estar haciendo
porquerías!
Y el mas “vivo” se arrodillaba primero, de uno en uno, hasta
que me tocó el turno y los muy pendejos se abrieron dejándome a la vista de la
Puelles. Ella cerró sus piernas con ligereza haciendo chocar sus rodillas cerca
de mi cara, les juro, sentí su aroma como un soplido de quien ha comido una
lata de atún. Hizo que me parase y me retirara del aula ¡Qué malcriado el
Rumichi! pronunció amargada. ¡Te me largas, hasta la otra semana!¡Y no regreses
hasta que no reflexiones bien lo que hiciste!
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