martes, 7 de octubre de 2014

Resultados inconformes







Han pasado más de 48 horas de los resultados y, a juzgar por infinitos comentarios en radios locales y decenas de expresiones en las redes sociales, el paiteño no termina de salir de su asombro. Le es difícil asimilar el resultado de este último domingo. Se ha dedicado a insultar al ganador con frases de racismo y/o discriminación, como si un Peruano nacido en pueblo nuevo de Colán fuera menos paiteño que otra persona nacida en otro punto de la misma provincia. Es curioso que después de estos resultados no encuentre, por ningún lado, una crítica de porqué los paiteños hemos terminado eligiendo a un hombre de distrito; o más bien de anexo de distrito para que nos gobierne. Es simple: porque no le damos valor a nuestra identidad, nunca nos hemos querido más allá de gritar a los cuatro vientos que Grau es Paiteño, sin siquiera saber el nombre de su padre (si fue Peruano o Colombiano) y de su madre (si fue o no su verdadera madre) “Grau es paiteño y punto, a la mierda, con eso le gano al mundo”. Esto va más allá, señores. Hagan un mea culpa y pregúntense por qué los que nos han gobernado estos últimos años son Sullaneros, Trujillanos, o de cualquier parte del paìs menos de la bahía. ¿Se los respondo? ¿Hace falta decirles que en este puerto reina la desunión? Siéntanse, analícense, y aprendan, sobretodo eso: “aprendamos” de ese mensaje de hermandad que nos han dado los pueblonovinos y que ha llevado a uno de sus hijos al sillón principal de este prestigioso puerto; un triunfo que pretenden mantener para siempre. Ya se dieron cuenta que somos débiles; que nos llega altamente lo que pase en nuestras narices; pero cuando vemos todo consumado, es entonces cuando sacamos nuestra bravura que nos hace brotar lo más atroz que tenemos los seres humanos para responder a su triunfo: la mezquindad. Hay que aceptar que somos menos unidos y bastante egoístas. Lo que no son ellos, la gente del campo.


miércoles, 20 de agosto de 2014

Un regalo original



Martín, mi sobrino político, me pregunta qué sería bueno para regalarle a su novia. Yo le digo que un ramo de rosas, y que las arranque del jardín del vecino para que le salga barato; en realidad no sé qué tipo o color de rosas son las que se les regale a las novias, yo nunca regalé una, pues, eso siempre me ha parecido medio chapado a la antigua, por eso le digo que le regale algo que le sirva, algo para su realidad. Yo pienso que las rosas son para los platudos que tienen tiempo y ganas para el romanticismo; sino imagínense alguien que no tenga para la presa del día, y el marido llegue con un enorme ramo de rosas a decirle que la ama con todo el alma. “Fuera cojudo, mejor una docena de huevos para engañar a las ollas”.
¿Qué le regalabas a mi tía?, me dice. Casi nada, Martín, le digo, pero recuerdo que una vez le regalé un mero de más de quince kilos. ¿Un mero? No seas malo, tío, me dice. En serio, le digo, era enorme y negro: el mejor de los murique, y ella se lo llevó a su casa con la felicidad reflejada en su sonrisa, como si le hubiera dado la mas cara de las joyas. ¿Y de dónde saco un mero?, me pregunta. No seas huevón, le digo, eso era en mis tiempos, además, ese mero era para mi madre, que mi padre, que era el capitán, se lo había mandado para que fuera preparando una escabechada familiar, pero como yo necesitaba demostrar amor e ir calentando sus carnes se lo robé y se lo di a tu tía como muestra que la cosa iba en serio y que se preparara que después volvía por el vuelto; ahora es diferente, te costaría un ojo de la cara y hablando literalmente, mejor chapa tus rosas y hazte el romántico. Martín se queda pensando y mirando el jardín del vecino. Yo pienso: cómo sería en estos tiempos de escasez regalar algo que salga del mar. Ya me imagino si fuera marinero de pesca de esta época: con mi pota en el hombro entregándosela a mi novia, y ella caminando hacia su casa mismo estibador; con su “rosa marina” al hombro, embarrándose el culo con la tinta azulina, pero feliz de haber recibido un regalo de su amado, de su realidad.

martes, 17 de junio de 2014

¿VICIO?


El mundo está lleno de vicios, me dijo un amigo mientras miraba a una persona caminando frente a nosotros con la notoria imagen de ser consumidor de estupefacientes. Él se refería a los malos vicios, pero yo le dije que también existen los buenos: El amor a tu pareja, el ímpetu a tu trabajo. Y él me dijo que eso no existía, que sinónimos de vicio son las drogas y todo tipo de perdiciones (cosa que no estoy de acuerdo) Para mí hay otros tipos de vicio, por ejemplo yo soy adicto a jugar básquet y a mi mujer, y hace poco a escribir cojudeces, pero el peor vicio que tengo es andar jodiendo a la gente. A veces por joder hago que se amarguen, pero casi siempre necesito arrancarles una sonrisa, y cuando no puedo con una persona enseguida busco a otra. Alguien tiene que reírse porque de lo contrario siento mucha angustia, me deprimo, caigo en mal humor y mi cara se alarga (¿Más?) y entonces ya no tengo ganas de bañarme, y si no me baño me da insomnio y empiezo a joder a mi esposa, y joderla en la madrugada es como ganarse una discusión con la tía Chuchi o con la tía Lucía; o sea, interminables. Pero como soy adicto, necesito joderla, sacarla de sus casillas hasta que entienda que mi adicción solo se cura con su aceptación. También hay otro tipo de adicciones: Las de querer entornillarse “en el poder”. Eso sí que no lo entiendo, más que vicio lo coloco en la lista de síntomas de locura, porque hay que estar loco para postular toda tu vida al sillón municipal, y más cuando después de haberlo logrado intentan reelegirse cuando en su conciencia creen que han puesto lo mejor de ellos. Cuando algunas personas entiendan que los buenos alcaldes se convierten en "inmortales" porque sus obras y las buenas acciones que hicieron en su comunidad quedan como causa de entusiasmo de las nuevas generaciones, entonces entenderán que la inmediata reelección no es buena opción para su imagen. Un buen gobierno municipal es suficiente para demostrar capacidad, liderazgo y mantenerse como figura requerida. Pero no, se dejan caer en el vicio del poder (El peor de todos), sin darse cuenta que pierden respeto y popularidad. Hay que ser estúpido para perder esa popularidad ascendente que te puede servir para una nueva postulación después de un descanso. Les cuesta darse cuenta de eso, se embrutecen. Quedan como singulares idiotas pasando, de dignos gobernantes a asustadizos candidatos, permitiendo que sus contrincantes se aprovechen de sus errores para magnificarlos en su contra.
Los profesionales nos dicen que los vicios atrapan a las personas, les impiden ser libres y les generan problemas con su entorno, o sea, “gente enferma” Yo siempre me pregunto hasta dónde es capaz el hombre para mantenerse en el poder. Qué es lo que produce que un simple mortal se sienta salvador de su pueblo. Qué se siente postular a un cargo dónde más de la mitad de tus vecinos terminan odiándote después de haber hecho todo lo que tuviste a tu alcance para que les fuera mejor (Si es que lo hiciste) Y por último por qué nosotros los electores tenemos que elegir a personas que están enfermas de vicio de poder. Qué vicio el de nosotros.



viernes, 13 de junio de 2014



Un campeonato mundial de futbol más en mi vida. No sé si alguien sienta algo por la llegada del mundial que no sea otra cosa que estar dentro de esa corriente comercial a donde nos llevan las televisoras. En mi caso es una mezcla de entusiasmo y nostalgia. Entusiasmo porque he vivido casi toda mi vida inmerso en el deporte, y de alguna manera cada vez que absorbo esas sensaciones que sólo me pueden dar las competencias regreso a esos tiempos de dicha y también de frustraciones que he vivido mientras crecía como deportista. Y nostalgia porque de alguna manera se recuerdan años que no volverán y que quisiéramos sacar como sea de nuestras memoria, como el mundial del 78, pero no los partidos, sino los gritos que se daban en mi casa mirando en blanco y negro a nuestra selección, pues yo tenía 7 años y más que alguna jugada de Kempes o de Cubillas, se me vienen a la mente imágenes de cómo se movía la antena para que no fallara la recepción en el enorme televisor a tubos. En esa época (dichosos nuestros padres) se podía gritar con alma corazón y vida, sintiendo los latidos de sus corazones con sabor a comida criolla y colores que no fueran otros que el rojo y blanco de nuestra bandera. Hoy muchos somos Alemanes y otros Argentinos. También hay los Españoles, y no es porque quieran homenajear a nuestros conquistadores sino que la moda es ser del Barcelona o del Madrid. No faltan los Italianos, por herencia y otros por alucinados. Pero casi nadie quiere ser Chileno ni ecuatoriano, al parecer ni los mundiales nos hacen olvidar las desastrosas guerras. Yo he decidido convertirme en Brasileño, y no es que sepa bailar la samba ni que quiera levantarme una garotiña. Bueno, si lo segundo fuera posible me la levantaría, pero como este texto no tiene nada de pornográfico mejor lo dejo así. Pero el que recuerdo con mayor emoción es el de España 82, ya tenía 11 años, pero tampoco me sentaba a ver los partidos sino a esperar que volvieran a mandar a comprar cervezas para agarrarme los vueltos; en la casa de mi abuelo, en la punta, cuando las jugadas de Cubillas ya se podían ver a colores. Las pocas jugadas digo, porque el negro ya estaba viejo y sólo entraba en el segundo tiempo. En ese año yo ya no quería ser como él porque ahora me alucinaba Uribe; y nunca Oblitas, porque siempre le he visto cara de mariconcito, y además,  era ciego, y eso era como tener competencia. Hoy la cosa ha cambiado, y bastante, porque ya no podemos mirar las competencias sintiendo que el alma se nos sale por la boca de la emoción, tampoco nos reuniremos en familia a gritar las jugadas con nuestros hijos. Admítanlo, eso no pasa cuando nuestro equipo no participa. Sólo nos queda adoptar una selección, o que alguna de ellas nos adopte con sus jugadas. Ya lo dije, seré Brasilero por un mes, cambiaré la marinera por la samba, y esperaré que Neymar triunfe, pero eso sí, ya han pasado muchos años como para querer ser como él