sábado, 14 de julio de 2012

la revista digital MiNatura, número 120

Ddicado, en esta oportunidad, a las guerras futuras.


http://www.servercronos.net/bloglgc/media/blogs/minatura/pdf/RevistaDigitalmiNatura120.pdf

Los impedimentos de la literatura



Este ensayo de George Orwell es un brillante alegato contra los enemigos de la libertad intelectual. En él, arremete contra la incapacidad de ciertos escritores e intelectuales para ver la realidad de manera objetiva, sin fabricar hechos ni sentimientos. Su lectura, en el México de hoy, es más necesaria que nunca.
Hace aproximadamente un año, asistí a una reunión del pen Club con motivo del tercer centenario de la Areopagítica de Milton: un opúsculo –puede recordarse– en defensa de la libertad de imprenta. La famosa frase de Milton acerca del pecado de “asesinar un libro” se imprimió en folletos distribuidos con anterioridad, en los que se anunciaba el encuentro.
En la plataforma participaron cuatro oradores. Uno pronunció un discurso en el que abordaba la libertad de imprenta, pero sólo con referencia a la India; otro, titubeante, afirmó en términos muy generales que la libertad era algo bueno; un tercer orador atacó las leyes referentes a la obscenidad en la literatura. El cuarto dedicó la mayor parte de su discurso a defender las purgas rusas. De las reflexiones que hubo en la nave del edificio, algunos volvieron al tema de la obscenidad y las leyes que la abordan, y otros enunciaron simples apologías sobre la Rusia soviética. La mayoría de los asistentes pareció aprobar la libertad moral –la libertad de discutir de manera franca en un impreso cuestiones referentes al sexo–, pero no se mencionó la libertad política. De esta confluencia entre varios cientos de personas –quizá la mitad de las cuales estaban directamente relacionadas con el oficio de escribir–, ni una sola señaló que la libertad de imprenta se refiere –si es que tiene algún significado– a la libertad de criticar y de oponerse. Curiosamente, ninguno de los oradores citó una sola de las frases del opúsculo que en apariencia se conmemoraba aquel día. Tampoco se mencionaron los diversos libros que se ha “asesinado” en este país y en Estados Unidos durante la guerra. En su efecto neto, la junta fue una manifestación en favor de la censura.*
No era de sorprender. En nuestra época, la idea de libertad intelectual está bajo ataque desde dos vertientes. Por un lado, los enemigos teóricos, los apologistas del totalitarismo y, por el otro, sus enemigos inmediatos y prácticos: el monopolio y la burocracia. Cualquier escritor o periodista que quiera retener su integridad se ve obstruido por la deriva general de la sociedad, más que por una persecución activa. Los elementos que operan en su contra son la concentración de la prensa en manos de unos cuantos ricos; el control del monopolio de la radio y la cinematografía; la renuencia del público a gastar dinero en libros, lo que hace necesario que casi todos los escritores se ganen la vida –al menos en parte–, con trabajo mercenario; la intromisión de cuerpos oficiales como el Ministerio de Información y el British Council, que ayudan a que el escritor sobreviva, pero también le hacen perder tiempo y dictan sus opiniones; y la continua atmósfera de guerra de los últimos diez años, a cuyos retorcidos efectos nadie ha podido escapar. En nuestra época, todo conspira para que el escritor –y cualquier otro tipo de artista– se convierta en un funcionario de poco rango, que trabaja sobre temas que le mandan desde arriba, y que nunca dice lo que para él es la verdad completa. Y en su lucha contra ese destino no obtiene ayuda de los de su propio bando: es decir, no existe una vasto cuerpo de opinión que le asegure estar en lo correcto. En el pasado –en todo caso, a lo largo de los siglos protestantes–, la idea de rebelión y la idea de integridad intelectual estaban mezcladas. Un hereje –político, moral, religioso o estético– era aquel que se negaba a ultrajar su propia conciencia. Su perspectiva se resumía en los versos del Himno Renovador de la Fe: